Los muertos vivientes: vida y muerte. «Nunca a salvo»

por CTD

El tomo 24 de Los Muertos Vivientes no te va a dejar indiferente. La verdad es que el título pocas veces ha sido tan acertado ya que durante todas sus páginas, la “vida y la muerte” van de la mano cual si fueran dos viejas amigas con antiguas rencillas que generaron odio en el pasado y que aparentemente han hecho las paces y está todo olvidado. Pero el daño está hecho y es cuestión de tiempo que una de las dos amigas acabe por atacar a la otra en un acto repentino de venganza.

Hábilmente (otra vez), Kirkman nos muestra dos extremos increíblemente opuestos de cómo entender la vida después del holocausto zombie. Ya sabíamos cómo Rick Grimes y los suyos, estaban intentando reiniciar una sociedad basada en las costumbres anteriores, pero ahora, la llegada de un nuevo grupo con una forma muy distinta de ver las cosas va a hacer frenar en seco el avance hacia una vida mejor planificada no sin muchos esfuerzos por los integrantes de los diferentes asentamientos vinculados amistosamente después de la caída de Neagan.

Nuestros personajes de siempre siguen con sus luchas internas, incapaces de adaptarse a una nueva forma de vivir más cercana a la que conocían antes de que cambiara todo, como si en sus corazones algo les dijera que no deben bajar la guardia, cosa que, inevitablemente ocurre debido al decrecimiento de la amenaza externa ya sea en forma de zombie o de vivo y al tener la sensación de que todo está bajo control.

Durante toda la primera parte del tomo, casi olvidamos el “problema zombie”. Cómo quedó claro en el número anterior el amor, es un barco que hacía mucho tiempo que no surcaba el mar de los sentimientos de los supervivientes y se mantenía oculto, hundido en la profundidad afectiva sin saber cuando saldría a flote y ahora todos quieren su parte. Ya no se habla de la cantidad de comida, de la munición que queda, ya no se hacen recuentos de gente con vida  …. ahora, los habitantes del nuevo mundo empiezan a preocuparse por sus sentimientos afectivos hacia otras personas, algo que sin duda, define a la especie humana, pero que también la debilita.

 

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